Por: Álvaro Castaño Silva – Director y periodista
Un crudo retrato de la decadencia social en Colombia se refleja a través de la gran cantidad de hombres, mujeres e incluso menores que deambulan sin rumbo, consumidos por las drogas, ajenos a todo lo que los rodea y a su propia desgracia. Imagen que en Florencia, la capital del Caquetá, hiere los sentidos y al mismo tiempo sirve como marco de referencia de esa atroz dinámica nacional convertida en paisaje urbano por fuerza de las circunstancias.

Miles de personas se concentran en esta ciudad empujadas por el conflicto armado, algunas con ayuda del Estado y otras, la mayoría, sobreviviendo como mejor pueden, sometidas a toda suerte de carencias, empezando por el mínimo vital. En esas condiciones, con el dolor de haber dejado atrás su terruño, con todo y propiedades, construyen un nuevo proyecto de vida colmado de limitaciones.
Cambio de estatus
Cuando abundan las dificultades, incluido el desamor, es fácil caer en malas prácticas; entre ellas, delinquir. Entre tantas problemáticas relacionadas con la falta de oportunidades, Florencia mira de soslayo a los habitantes en situación de calle, calificativo un tanto amable para una situación tan compleja; hasta podría decirse que ante la mirada cómplice del sistema cambiaron de estatus, pues ya poco se les dice locos, gamines, indigentes, pordioseros y tantos otros calificativos de rechazo.

Pero, cambiar de apellido no necesariamente se traduce en bienestar; al contrario, en una siniestra relación de proporcionalidad, así como aumenta la población en general también crece el número de personas que hacen de las calles su hábitat. Por eso, por donde quiera que se camine, es común cruzarse con ellos, perdidos en un universo donde todo está bien desde que haya un andén para reponer fuerzas; más tarde será necesario apelar a la dosis y buscar algo de comida; si no, otra vez dormir en cualquier parte, de cualquier forma… Es una danza perturbadora, que no parece tener fin.
Cuestión de humanidad
Tener su colonia en un barrio central, La Vega, es otro estigma con el que cargan, en parte comparable a lo que un día fue el Bronx en Bogotá, donde hoy se construye un nuevo Sena; todo un símbolo de recuperación, lo que en la práctica es solo correr el gueto, disgregarlo para que sea menos notorio.

Valga decir que en Florencia la administración del alcalde Marlon Monsalve, de la mano con la Policía, libra una lucha frontal contra las mal llamadas “ollas”; alrededor de 20 puntos de distribución de alucinógenos destruidos, y prohibiciones al consumo cerca de los centros educativos son parte de los avances.
Las incautaciones son también pan de cada día; aún así, al que le gusta le sabe, dice la sabiduría popular, de manera que los habitantes en situación de calle igual encuentran cómo resolver esa necesidad.

Más allá de ese tipo de dependencia, quienes viven en las calles padecen hambre, malcomen todos los días; son pocos los que logran probar un bocado decoroso, a veces entregado por arrebatos de generosidad ciudadana o por intervención de la alcaldía, como sucedió entre septiembre y octubre cuando cerca de 300 personas acudieron a la Primera Jornada de Humanización para Habitantes de Calle, que incluyó refrigerio, baño, entrega de ropa, peluquería y atención en salud.
“El principal objetivo de estas jornadas es asegurar que los habitantes de calle tengan acceso a seguridad social. Para ello, se les está caracterizando en los distintos barrios de Florencia, como La Vega, La Floresta, Plaza de Mercado La Satélite y Plaza de Mercado La Concordia. Las secretarías se han comprometido a salir todas las noches a los barrios, para completar este proceso de identificación”, dijo al respecto la secretaria de Salud del municipio, Sandra Liliana Vallejo.

Tanto o más importante es el proceso de caracterización, para darles identidad, conocer su procedencia y entender mejor su situación; así es más sencillo, no solo hacerles seguimiento, sino trabajar en intervenciones que incluyan la búsqueda de sus familias y su posible reintegración a la sociedad, explicó la gestora Social Norelly Torres.
Incertidumbre
La capacidad de respuesta de la institucionalidad palidece ante la creciente presencia de quienes se desvanecen, literalmente, en medio de su abandono, con enfermedades mentales, entre otros problemas de salud.
Es así como, los mismos que reciben esmerada atención un día, vuelven a lo suyo poco después; entre ellos, mujeres cuya delgadez presagia terribles desenlaces y otras cuya juventud despierta bajas pasiones, que luego pueden derivar en enfermedades de transmisión sexual o embarazos cuyas criaturas, de llegar a ver la luz, afrontarán demasiados riesgos, empezando por el desamparo.

En medio de tan penosa situación surgen ejemplos como el de Alexánder Díaz; “estoy cansado de vivir en la calle, y esta jornada me dio la fuerza para tomar la decisión de ir a un centro de rehabilitación; con la ayuda de Dios, sé que saldré adelante”, dijo agradecido con la institucionalidad porque le hizo recordar lo bien que se siente estar aseado, vestido, alimentado y, entre otras cosas, rodeado de afecto.
Y es eso, el afecto, por encima de la solidaridad, lo que en realidad puede marcar la diferencia tanto en Florencia como en el resto del país, para cambiar el panorama de esa irregular habitanza en calle. Más en estos tiempos, en un gobierno que ha prometido bienestar, alegría y armonía dentro de un marco de equidad social: “vivir sabroso”, lo que en términos de inversión no se ve reflejado en esta parte del país.

Queda, entonces, la familia como centro de solución, apoyada por administraciones comprometidas, para que quienes están al borde del precipicio en las calles, reducidos por las drogas, tengan opciones reales de corregir su rumbo y readaptarse a la vida en comunidad, en lo posible, junto a sus familias.