Diario del Caquetá, El periódico de los Caqueteños

En esta navidad, mientras muchos se inventan toda suerte de excusas para celebrar, hay quienes no logran sobreponerse a lo que ha sido el peor de sus años y, por eso, están sumidos en el dolor y la desesperanza. Es el caso de una familia que habitaba en una vivienda a un costado del cementerio central de Florencia a la que muchos prometieron ayudar el día 5 de abril de 2021 y hoy solo sabe de angustias y toda suerte de necesidades.

Ese día, antes de las ocho de la mañana, los medios de comunicación anunciaban el infortunio de los miembros de un hogar, por cuenta de las fuertes lluvias: “el colapso de un muro del cementerio central sepultó, literalmente, a una niña de 10 años, junto con sus padres”, comentaban algunos.

Las víctimas fueron identificadas como Károl Sofía Montero Montealegre, de 10 años de edad, y sus padres Robert Montero González de 33 años y Adriana Montealegre Quintero, de 25 años. La falta de recursos los obligaba a vivir en zonas de riesgo, problema que ha trascendido por generaciones.

> DESTINO FATAL

Cuenta la madre de Robert, Celmira González Calderón, que esa casa era de su padre; un día, él partió y dejó a cargo a uno de sus hijos, que también decidió marcharse, por lo cual ellos salieron de una zona todavía más difícil, confiados en haber encontrado un mejor refugio en ese lugar del barrio La Floresta. No contaban con que el muro, que de algún modo parecía resguardarlos, caería justo encima de su morada dejando tan cruel desenlace, que pudo ser peor.

> ERAN SEIS

Diego Andrés, el hijo que le sobrevive a Celmira, cuenta que en el interior de la casa también estaban él, su madre y su padre dialogando de manera desprevenida. “Yo llegué como a las siete a recoger a Robert, como era costumbre, para ir a trabajar; mi madre abrió la puerta, salió mi papá y nos sentamos en la mesa, frente a la habitación de mi hermano”.

En la habitación, que daba contra el muro, permanecían los padres con su hija en la cama, sin afanes; pese a que era lunes y había que salir a rebuscarse lo del diario en la construcción, oficio en el que todos coincidían. “Cuando mi madre sirvió el tinto, se sintió como un temblor y en cuestión de segundos estábamos contemplando la desgracia”, continuó Diego. Nada podían hacer, solo llorar y al mismo tiempo dar gracias al cielo por quienes salieron ilesos.

Lo demás es historia, los cuerpos de rescate acudieron con rapidez; pero no había vida bajo los escombros. El lugar fue declarado camposanto, algunas ayudas llegaron para pagar arriendo; pero nada de fondo, incluso las responsabilidades se dividen entre la administración del cementerio, el municipio y hasta los inquilinos de la casa, que en mala hora cambiaron de residencia.

Para doña Celmira, serviría de mucho que les ayudaran a conseguir casa propia; es más, dice que les llegó un papel donde les indicaban que tenían ganado ese derecho en la urbanización La Gloria; pero, cuando fueron a reclamar, no aparecían en ningún listado de beneficiarios. Por eso, porque no era cierta tanta dicha, no tuvieron más remedio que vivir en la Floresta, a donde nunca debieron ir.

Cubrimiento gráfico: Luis Fernando Castaño López

Por diario

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