No hay que llamarse a engaño, Colombia está de vuelta a la encrucijada de la guerra, pese a que alcanzó a conquistar una tranquilidad relativa tras la firma del acuerdo Gobierno-Farc. El anuncio de Iván Márquez de volver a las armas junto con Jesús Santrich, El Paisa, Romaña y otros dirigentes de esa guerrilla apartados del compromiso sellado en el teatro Colón anticipa un prolongado calvario con la consabida larga lista de inocentes cuya vida se apagará en el crudo escenario de la violencia.
Volver a las armas no solo es un retroceso histórico para quienes así se alineen, tras los años de negociación, el acompañamiento internacional y el proceso de aplicación de lo pactado, sino que representa, además, un retroceso brutal para el país. Una vez más, está todo servido para que quienes alimentan el odio hagan fiestas mientras los seguidores de la paz, esa gran mayoría, se someten al vaivén de las circunstancias y pagan las consecuencias.
Esta nueva situación obliga a replantear lo hecho durante la administración del presidente Iván Duque. Sin posar como defensores del diablo, es inevitable decir que bien lo hizo el presidente Juan Manuel Santos al buscar la paz por la vía negociada, como bien lo hicieron quienes lo precedieron en esa búsqueda; y sin pretender asumir una posición de choque contra el actual gobierno, al cual hemos apoyado y defendido en este mismo espacio, igual es necesario señalar que cometió un craso error al dejar que el cuerdo de paz quedara en la cuerda floja.
Así valida Duque la idea de que ejecuta lo que quiere su mentor, el expresidente y senador de la República Álvaro Uribe; pero eso es lo de menos, más importante es que su gobierno, que puede ser de luz y transformación, se orienta de esta forma hacia la oscuridad y el retroceso. Colombia va por el camino del caos y la desesperanza; las necesarias inversiones en salud, educación y demás serán reorientadas en gran medida a esa guerra insensata, con más hombres que sirvan de carne de cañón, con más fusiles, tanques, helicópteros, aviones y todo lo que implica ese teatro de destrucción.
Claro que Márquez y quienes lo secundan empezaron pisando en falso, hablan de una unión con el ELN, lo cual es reflejo de impotencia; da la sensación de que esa facción de disidentes se sintió obligada a mostrar algo ante quienes quieren seguir empuñando las armas; una apuesta peligrosa, desafortunada.
Se enrarece así todavía más el coctel de grupos al margen de la ley aumentando la zozobra, frenando el desarrollo, por lo cual el gobierno debe obrar con inteligencia, y no es alimentar la guerra lo deseable bajo ninguna circunstancia, son seres humanos los que mueren o quedan mutilados, y son colombianos. ¿Acaso eso no cuenta?